lunes, 1 de junio de 2009

Para el debate formación de militantes

Crítica del compañero Enrique Lacolla a Proyecto Sur y otros….¿que se podría responder, fundamentando nuestras posiciones? En gran e importante ejercicio de reflexión polítíca, no?
Nicolás Alessio

*Lo que está en juego *

/Por Enrique Lacolla /

/Las próximas elecciones legislativas son un tema serio. De ellas
dependerá el mantenimiento o la dilución de un proyecto nacional apenas
incipiente, pero muy superior al resto de la oferta política./

Se aproxima la fecha de las elecciones legislativas, en las que se
dirimirá la posibilidad de una ruptura de la mayoría que el gobierno
detenta en el Congreso y, por consiguiente, se creará la oportunidad
para la oposición de erigirse en un factor capaz de condicionar las
políticas del Ejecutivo a través de su rechazo o la negociación de estas
hasta el extremo de tornarlas, eventualmente, irreconocibles.

La contienda electoral, a pesar de su aparente polarización, expresa más
bien el impasse y la desagregación en que la sociedad argentina ha
venido a encontrarse después de décadas de desgobierno, durante las
cuales se difuminó el contorno de la clase que había disputado a las
fuerzas de la conservación el ejercicio de las palancas del poder –la
clase obrera– y se afirmó en cambio la concentración de la riqueza en
manos de una minoría desasida de los intereses del país y orientada
fuertemente hacia el exterior. La oligarquía –esto es, el núcleo que
diseñara la organización nacional de acuerdo a un modelo de país de
impronta agropecuaria– hoy aparece asociada a los pools internacionales
de la siembra y flanqueada por una serie de agrupaciones de pequeños y
medianos productores rurales que reproducen hasta cierto punto el estilo
de vida rentista y absentista que calificara al estrato superior durante
los “años de la República”: ausentes del contacto con la tarea campesina
gracias a la intensificación de una explotación tecnológica que expulsa
la mano de obra y les permite vivir despreocupadamente de sus rentas en
los pueblos y las ciudades, los productores de la pampa gringa pueden
sin embargo imprimir al “partido del campo” un toque de popularidad
derivado de su avidez y su basta naturaleza, que la aristocracia
terrateniente disimulaba gracias a su educación y a su snobismo europeo.

De modo que el sujeto social que deberían representar las listas de
candidatos se torna resbaloso y un tanto inasible: ¿dónde está, quiénes
lo constituyen?

Si un sujeto social se construye a través de la conciencia que tiene de
sus intereses, podríamos decir que el grupo tradicionalmente dominante
en Argentina quedó intacto, una vez superados los remezones que le
supuso la irrupción populista significada por el peronismo y una vez
aplastados los brotes subversivos que habían tomado fuerza en las
décadas de 1960 y 1970. El modelo económico des-industrializador y
especulativo implantado por la dictadura se profundizó aun más durante
la sucesión democrática, y sólo la explosión popular de diciembre del
2001 interrumpió una arremetida que, sin embargo, ya había causado daños
casi irreversibles en el cuerpo social argentino. A partir de 2003
comienza a diseñarse un intento de salir de ese modelo, en especial a
través de paliativos dirigidos a sanar el estrago social y de un cambio
radical y positivo en las coordenadas de la política exterior, así como
en el de la reforma de la Justicia. Tras la asunción de Cristina
Fernández como presidente empieza a diseñarse un proyecto que apunta
–con timidez– a profundizar el proceso. La insinuación de esa
profundización del cambio –dado con la recuperación para el Estado de
los fondos que el menemismo había regalado a las AFJP, la
renacionalización de algunas empresas privatizadas y el frustrado
intento de controlar el problema de la soja aumentando las retenciones
al agro– suscitó sin embargo una inmediata réplica de la casta
dominante, ayudada por la inconciencia de vastos estratos de la clase
media, intoxicados por la prédica de los medios masivos de comunicación
e informados por un antiestatismo y un antiperonismo que en muchos casos
se confunde con un inconfesado racismo, que los hace psicológicamente
susceptibles a las prédicas antinacionales. Los medios, que forman parte
del monopolio de poder gestado en torno de los núcleos tradicionales que
han hegemonizado gran parte de nuestra historia, bombardean la opinión
con montones de lugares comunes de improbable demostración o de
irrelevante significado –como el autoritarismo de los Kirchner, la
arrogancia de Cristina, las carteras que usa, etcétera– sin una sola
idea que contribuya a construir una plataforma de debate real. El
desconcierto de la clase media o de importantes sectores de ella frente
a esta ofensiva, y la capacidad que tenga o no de reaccionar contra
esta, constituye la incógnita mayor de los próximos comicios.

Tenemos entonces a un sujeto social bien configurado por el estamento
dirigente tradicional de nuestra economía, que en lo esencial sigue
aferrado a la utopía reaccionaria de construir un país organizado
alrededor de la producción del campo y la exportación de /commodities/,
buscando el retorno a un modelo de primitivismo agrario que hizo crisis
hace 80 años; y otro más bien informe, que representa la inmensa mayoría
del país, pero que no alcanza a articularse a fondo para obtener una
propuesta coherente que sirva al interés colectivo.

/Lineamientos /

El primero está acaudillado por una coalición de partidos y grupos de
poder incapaces para proponer una sola idea que nos aleje del caos que
supondría volver a la política de los años ’90. Su único objetivo es
defender las prebendas de los grupos minoritarios o practicar una
suplantación política que les permita disfrutar de las ventajas
crematísticas del uso del poder.

El otro es el representado por el gobierno. Y al margen navegan una
serie de grupúsculos de izquierda empecinados en aferrarse a los lugares
comunes; o, en el mejor de los casos, el del Proyecto Sur, con
propuestas válidas pero incapaz, aparentemente, de comprender que cerrar
filas alrededor del Frente para la Victoria no debería significar
adherirse acríticamente a este, sino estar en disposición de profundizar
las iniciativas que mejor se ajusten a un proyecto nacional. Esta
ineptitud táctica redunda en un error estratégico de magnitud pues, en
el estado de licuación en que se encuentran las clases sociales capaces
de defender dicho proyecto, un triunfo opositor en las elecciones
significaría un retroceso importante, que no tendría porqué impulsar al
Ejecutivo a acordar con la izquierda, sino que más probablemente lo
llevaría a arreglarse con la derecha para mantener el poder, resignando
objetivos.

/Peronismos/

El peronismo ha agravado su proceso de “alvearización”, típico del
radicalismo después de la muerte de Hipólito Yrigoyen. Ya muy
desarticulado por la experiencia menemista, que supuso la traición a sus
principios fundamentales y su asociación con el /establishment/ y el
imperialismo, tiene en sus filas a un sinfín de oportunistas en algunos
casos provenientes de fuerzas históricamente enfrentadas al movimiento
originario, personajes interesados en servir a sus propios intereses
empresarios, mantener su capital electoral o, en ciertos casos, un
estatus económico derivado de su pertenencia al modelo sojero. De
Narváez, Felipe Solá, Reutemann y Schiaretti son arquetípicos de algunos
de estos perfiles. Otros, como Luis Juez, han abandonado el barco tras
contiendas que si al comienzo parecían fundadas en cuestiones
principistas, en definitiva han terminado revelando un carácter
eminentemente personal, que lo ha llevado a un oportunismo electoralista
incompatible con cualquier política creíble.

El kirchnerismo parecería comprimir lo que resta del voluntarismo
popular y progresista que distinguió al movimiento peronista durante
mucho tiempo. Ha cometido un sinfín de errores, en buena medida debido
al carácter temperamental y arbitrario del ex presidente, carácter que
sin embargo no le ha servido para implementar, cuando era tiempo, las
políticas de fondo que podrían haber sustentado una efectiva reversión
del modelo neoliberal. O al menos de algunos de sus aspectos más
reaccionarios. La falta de una reforma fiscal progresiva, la
inexistencia de un proyecto estratégico de desarrollo, la postergación
de una reforma estructural del sistema de comunicaciones –carretero,
ferroviario e informativo–, la carencia de una práctica sensata dirigida
a la preservación de los recursos naturales y la ausencia de una buena
política hacia las Fuerzas Armadas (que compense la necesaria rendición
de cuentas que sus ex-jefes deben a la Justicia con la atención a su
equipamiento y a su papel como instrumento de modernización industrial),
son cosas que se echan de menos, aunque en los últimos tiempos las cosas
hayan empezado a cambiar para bien.

Sea como sea y a pesar de sus falencias, el gobierno es la única opción
viable. Se acuerda con la tendencia surgida en América latina tras el
tsunami neoliberal y se manifiesta con claridad a favor de los más
desposeídos. Sus actos dirigidos a preservar el empleo en medio del caos
de la crisis mundial, son un indicio de que tiene las cosas en claro
respecto de los riesgos que podrían generarse de intentar escapar a esta
–como alucina Elisa Carrió–, a través de la eliminación de las
retenciones a la soja y su reemplazo por el crédito externo. Volver a
depender de los criterios del FMI: ¿estamos locos?

El 28 de Junio se perfila como una instancia electoral muy importante. A
partir de allí podemos seguir avanzando o empantanarnos. Pero esos
comicios significarán asimismo un testeo muy importante acerca de la
capacidad que los argentinos tenemos o no para echar luz sobre el pasado
y aprender de nuestra propia historia.

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